28 de junio de 2006

FAE. Un diario de viaje

Mire, niño: si no está dispuesto a enmendarse, vea qué camino agarra, ¡y que Dios lo socorra! Yo ya me aburrí de tanto advertirle. Lo aconsejo, lo aconsejo y lo aconsejo, pero usted ¡como que a sus nalgas les hablo! (...) Nada, vos: que a este muchachito se le ha metido andar escurcándole a uno sus cosas. Es quedándome dormida después de almuerzo, y como me quito las llaves del cincho para que no se me entierren en las costillas, él llega quedito, las agarra de la mesa de noche, ¡y dice al ropero! Antier, entre dormida y despierta oí el clic de la chapa. Me levanté volada, pero el dianche salió en carrera, a esconderse. Hoy, como ha hecho tanto calor, me quedé bien privada ¿y qué creés? ¡Que cuando me despierto, encuentro al judío con el diario de mi mamá! Se lo arrebaté como pude, y le guambé su coishco. Vos sabés que mi mamá cuidaba como a saber qué sus apuntes. ¡Pues a este niño se le ha zampado entre ceja y ceja que quiere ver todo lo que ella dejó escrito! (...) No, si no hay nada que no pueda ver. ¡Pero yo voy a la desobediencia! Si le digo que no amuele al chucho, es como si lo hubiera mandado a joder al pobre animal. Lo agarra a darle vueltas y vueltas, como que es trompo. ¡Hasta basqueando termina el desgraciado! Así es con esto del diario: como le he dicho que no, a él se le ha puesto que sí. (...) Mirá: el diario lo que tiene son apuntes de todo el viaje en barco que ella hizo a Italia: gentes que conoció, fiestas que se hacían, comidas que le gustaron, animales que vio en mar abierto. A veces, quizás cuando no tenía qué apuntar, o sea cuando no había nada de interés, se ponía a copiar poesías. Así que el diario está lleno de poemas: de Amado Nervo, de José Asunción Silva, de Rubén Darío, de... en fin... Con decirte que a veces aparece alguna poesía que quizás uno que otro pasajero enamorado le hizo. Ella era guapa, leída, viajada. Tenía unos ojotes hermosos... (...) ¡Cómo va a creer que los ojos de su bisabuela eran como los suyos, niño salido? Ella no los andaba llenos de cheles, como usted: que por no bañarse, anda las pestañas todas tostadas. ¡Hasta le truenan! (...) (...) Este es el diario, mirá. ¡Estoy hablando con la Etelvina, no con usted, muchachito meque! (...) Mirá las pastas: de puro cuero. Y las páginas: ¡de papel de lino; no de empaque, como el que le dan a usted en la tienda, cuando va a comprar sus mentados helados, niño! (...) Mirá: el nombre de ella, en letras doradas. Y aquí está uno de los poemas que te digo. (...) Oí: "Conocerte, Alejandra, ha sido el cielo./ Alejarme de ti será el infierno./ Voy a llevar, hasta el reposo eterno,/ mi sed de ti, mi más preclaro anhelo.// Ángel de Dios, razón de mi desvelo:/ en la noche enclaustrada de mi invierno,/ como profeta antiguo me posterno/ ante el Arca sagrada... " ¡Y ya no le alcanzó la rima al pobre! Firma: Otón... no sé qué más, porque no se alcanza a leer el apellido. (...) Mirá este otro... (...) Y este... (...) Y todo lo que ella iba apuntando del viaje... (...) Entonces, ¿cómo creés que voy a dejar que este infame desmostole todas estas páginas! Primero lo desmostolo yo, a reata. (...) ¿Así que ahora ya va otra vez con el chucho, no? Vaya a repasar la tabla del nueve. ¡Qué vaya a repasar, le digo! ¡¡Ayer se le metió que nueve por dos es sancocho!!

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