3 de junio de 2006

5/23/2006 - Francisco Andrés Escobar


Me voy a permitir reproducir una de las tantas historias que este magnífico escritor ha publicado, son tantas y tan buenas que no descarto publicar más en un futuro:

La Lora

Majestuosa en la estaca. Altiva. Anclada. Espulga su brocado esmeraldino. (La guayaba de pulpa sonrosada surte un vaho dulzón, de rastro fino.) Gema del aire en plumas burilada. Cornetazo del viento matutino. Con la lengua negruzca y acolchada, urde, airosa, su largo desatino. Rrrr, rrr, rrr, la lorita. ¡Vaya, niña: diga Cande, Manuel! ¡Hurra, lorita! ¡Cante y baile ese valse que le gusta! Mas la lora está muda: le disgusta -por ilustre que sea la visita- que perturben su sueño y su morriña. *** ¡¡Esta lora puta me acaba de zampar un picotazo que por poco me arranca el dedo!! (...) Me acerqué a darle un pegoste de masa y me clavó semejante chuzazo. ¡Como el otro día la bañé, le ha agarrado conmigo a la pendeja! La vez pasada le había dado por gritarme: "¡Lucía Pivaral, enseñame el tamal!", aleccionada por los cipotes. Así fue con el padre Rigo. Era asomando el pobre, y allá iba ella: "¡Rigoberto, tenés el hoyo abierto!" El pobre hombre no hallaba dónde meter la cara. (...) ¡Por supuesto: aleccionada también por estos tontos! Se pasan horas y horas enseñándole una doctrina de ingratitudes. Y como ella no presta ganas... ¡Hasta le cheleyan los ojos oyéndolos: al ratito, dice a repetir! Pero hoy no come todo el día. Y si no soy yo, se muere. Vos, por estar en tu cocina y tus tiliches, no te acordás de que la infeliz también tiene tripas. La pacotilla de monos brutos solo a ponerla a hablar sandeces viene. Y la Bertila, con lo atarantada que es, no pega una. Ma, le dije el otro día, andá dale este sancocho a los gatos. ¡Paronde la lora iba la muy bruta, como si la animala se hartara carne! Y es tan bemba, que el otro día le quería zampar papaturros al chucho. El animal, por supuesto, solo fruncía y ladeaba la trompa. ¡Yo no sé, Candelaria, como es que te fuiste a hacer cargo de ella! (...) Bueno, sí, es tu ahijada; pero de todas las que tenés hubieras buscado a una que sirviera de algo. No que esta solo de carga, ¡solo de carga! Pero en fin: es tu paciencia y tu pisto. Lo que soy yo, a la Bertila la tuviera zampada en el manicero, y a la lora la hubiera mandado a perder a un montarrascal. Pero no: ai las tenés a las dos. ¡Lo que es la falta de marido! La lora: la señora Vicenta te la vino a depositar, ¡y la que ya no se asomó! (Con lo que la animala se atipuja, solo en eso se le iba la limosna.) La Bertila: te la mandó a dejar tu comadre Nicomedes, ¡y a saber a qué chifurnia se fue porque no se le ha vuelto a ver el cacho! Y yo, que muy tu hermana puedo ser pero no tengo que ver con ninguna de las dos porque de ninguna me he hecho cargo, tengo que liriar con las pendejadas de la una y con los picotazos de la otra. ¡Los tacuacines deberían hartarse a esta malvada, así como se llevaron a aquella gallina chorompopa! Pero los infelices ¡miedo le tienen! ¡Mamayones! ¡Hasta en los animales hay panudos! Medio la pasan vigiando por la pata del horcón y, después, mejor se van quedito. Esués: ¡ y con semejante chuzo! Bertila. Bertilaaa. ¡Bertila, por la gran puerca: andá a la botica y me comprás tintura de árnica! (...) ¡Y a vos qué te importa para qué? ¡No ves que me mordió la mentada lora? Tal vez con eso se me tanca este sangrerío. Pero ya va ver esta desgraciada: ¡hoy no se harta todo el día!

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