Este niño quizás cucaracha va a ser en la otra vida, porque vieras la maña que ha agarrado. (...) ¡Andar escaroleando cuanta caja, baúl o ropero encuentra! Hace unos días, le había entrado armonía con el diario de mi mamá. ¡Por poco le zampo! (...) Niña, porque lo había despatarrado todo. Como no tiene modo para hacer las cosas, pasaba las páginas así, mirá, así: como cuando uno está leyendo un diario viejo, o como cuando se quiere arrancar de la mesa un pegoste de algo. Hoy le ha tocado el turno a la muñeca que tengo alzada en la cómoda. ¡Se le ha metido que quiere verle qué tiene debajo de los calzones! ¡Te imaginás? Hace un tiempo le agarró la misma chirinola. Y todo fue porque dijo a preguntarme si yo tenía pipí. Cuando le dije que sí, que toda la gente tiene, quería saber si el de las mujeres es como el de ellos. Yo le dije que no, que es de otro modo. ¡Para qué hablé, mi alma! Se le metió que quería que se lo enseñara. Yo, como pude, fui matando el tiempo con que sí, que estoy ocupada, que vaya a jugar, que mañana, que no me falte al respeto que soy su abuela. Al fin, aquello me pudo y le solté su par de acialazos. Juradito te digo: me dolieron más a mí que a él, porque a los dos días ya andaba en la misma. Con la pandilla de monos con que se lleva, y para ver qué hallaban, le fueron a levantar los cotones a unos ángeles que la Mariíta Sosa me había alquilado para el altar de la Virgen. Y como todo lo que hallaron fueron los puros troncos de palo -porque ya ves que hoy ya no hacen los ángeles de cuerpo entero, como antes- , entonces le agarró picaculo con la muñeca... Yo la tengo guardada, de recuerdo. La compré y se la iba a dar para su cumpleaños a la Roselita, la hija de la Marcela Gamboa; pero con lo que pasó... (...) ¿Qué no te diste cuenta, mujer? (...) ¡Fue bulla! A la carrera salió el gentío para el río cuando avisaron que ya la habían hallado. (...) ¡Y no la pobre Marcela, por estar lavando uno de aquellos grandes bultos de ropa, se descuidó de la niña! Cuando la buscó, ya no la halló. Le gritó, le gritó y le gritó. ¡Campas! Solo zanates oía. Entonces la pobre dijo como loca para arriba, a ver quién le ayudaba. Don Onofre, el que vende cal, fue el primero en salir para abajo. Después, otros se fueron metiendo hasta en las pozas más hondas, pero no daban con nada. Quizás el río había zambutido a la pobrecita debajo de alguna piedrona, porque hasta el día siguiente, a buena mañana, la soltó: cuando creció la corriente por una tormenta que se vino en la madrugada. Cherche cherche estaba. Y ya empezaba a inflarse. ¡Ay, yo cuando me acuerdo: hasta erizos se me ponen los brazos, mirá! (...) No, si fue allí por el cinco de julio. Ya habían pasado los rezos del Corazón de Jesús. (...) ¡Y qué te ibas a dar cuenta si te has tirado como tres meses de vaga! ¿Y qué tal te fue por allá? (...) (...) Pues como te decía: no le quise dar la muñeca a nadie: para que me quedara de recuerdo de esa criatura, que iba a ser mi ahijada de confirma. ¡Era tan humilde, tan chula! No como este dianche que Dios me ha dado. ¡Y hablando del rey de Roma y el zurumbo que asoma! (...) Venga para acá. Venga a saludar a la señora Dorila. (...) ¿Y por qué salta como mono, muchachito bayunco?
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