22 de junio de 2007

nostalgia

He vuelto a mi casa,
al lugarcito tibio, íntimo, solidario,
a pesar de sus paredes agrietadas por el plomo
y sus techos que sonríen, como locos, al añil tenue.
He vuelto, después de tanto camino caminado,
al patio inundado de barquitos delirantes
por el sollozo del invierno,
al olor hechizado que salía del infierno de las brasas purpúreas
y amantes de las semillas de marañón,
de los granos de maíz que explotaban sus risas en nubes de sabores.

Me fui, sin saber que me iba,
del limonero abarrotado
de gestos ácidos y nidos clandestinos.
Del corredor engalanado
con macetas de barro crudo, de obsidiana,
donde dejé mi amor anudado
a un amor perdido, que aún no era.
De los pilares donde escribí
mi calentura intensa por aquella niña remota
que pasaba, olorosa, a mi lado
y yo miraba de reojo como al regalo escondido
que algún día tendría.

He vuelto, para acariciar con la distancia
que mis manos acribilla,
las paredes coquetas de cal
y calendarios viejos y escapularios
que ahuyentaban la pesadilla
que me perseguía en las tinieblas.
He vuelto de rodillas...
para besar tus deditos, que también son míos,
oh, musa, que en el tejado herido te escondías.
Me alejé, sin sentirlo,
de los rumores extraños
que embrujaban tus rincones oscuros y huraños
desde donde vi la silueta desnuda
que endulzaría mis años,
y vi al sol correteando las sombras,
y a las estrellas haciéndole el amor
a los charcos olvidados
por la lloradera de la madrugada
que me hacía dormir, tan juntito,
a las que amaba, cuando niño,
porque olían a uva, a melón, a naranja,
a pan recién horneado con las manos.

He vuelto a ti, para jugar a adivinar sombras
con el candil de la abuela,
para llorar a mis muertos pasados,
para respirar y lamer mi amor futuro,
para correr por los patios de mi escuela,
que olía a vainilla,
y recitar aquellos poemas invencibles
que no tenían destinatario
porque sólo eras un presentimiento,
y saltar, desnudo, la peregrina,
para alegrar al aura triste que quedó con mi partida
desde que colgué mis piscuchas,
y guardé mis trompos,
y escondí mis capiruchos invictos,
y recogí la ropa tendida que me saludaba alegre
cada mañana de mi vida.
Volví para jugar con el eco de las miradas
y el morado claro de los celajes
de los lúgubres cuentos nocturnos;
para recoger la hoja estremecida
con mi recuerdo taciturno,
para desenterrar tu historia
oculta bajo los centros comerciales.

Me marché, sin recoger la mirada,
del lugar secreto que tenía
escondido entre el campanario
de la iglesia abandonada
que dejó de repicar todas las tardes
su lamento absurdo y libertario.
Escondí mi lápiz que podía
dibujar de nuevo el Universo,
estrella por estrella,
perdí en ese viaje tremendo
el libro que arrullaba el verso
que me hizo volar hasta lo indecible,
olvidé las señas centenarias
de la anciana más querible
que me prometió un tesoro escondido.

He vuelto, para resucitar con un ademán quedito
todos los conjuros y las risas
de las sombras olvidadas
que se quedaron guardadas
entre el murmullo de la brisa
que aleteaba en mis sueños,
que espantaba al “cura sin cabeza”,
que deshojaba mi cabello,
que correteaba mi tristeza.
He vuelto para devolverte la sonrisa
y la miel que gemía en tus pétalos abiertos.
Me retiré, una noche,
dejando detrás de mis pasos apagados
la casa que amamantó mis juegos,
y burlando a los que me mataron;
dejé esperándome al Sol
que por las tardes alentaba con su fuego
mis carreras, mis gritos, mi lucha,
... que calentaba mis ruegos.

He vuelto, casa mía, pueblo mío
y encontré tu cuerpo borrado
por la pálida mano inapelable,
tus espejos empeñados y empañados,
tus ojos doblegados por las telarañas
y tu boca, que reía tanta alegría,
la encontré muda y sombría
porque su palabra reparte hambre en el mercado
porque con un número confunde la vida
porque el reloj marca tus pasos
sin tener una ruta definida.
He vuelto... después de tanto espacio
para sentarme en la mecedora que el otoño
me guardaba bajo la sombra del copinol.
Me perdí, sin saberlo, de tu historia hechizada,
de tus juegos diáfanos,
de tus olores a paterna abrasada,
del frescor interminable de las sombras
de tus imperecederos almendros y pacunes y amates
que quedaron amontonados,
como juguetes viejos, en tus latidos perdidos
que esconden, todavía,
el sabor del mango verde, del atol de elote,
del café con pan dulce sentados en el corredor
con que calentaba mi cuerpo tiritante
después de bañarme con la lluvia,
que entonces era una niña buena,
que entonces era mi niña, la niña remota
que tenía sabor a fresco de cebada
y el misterio en la mirada.

He vuelto, casa mía, que me hiciste tan feliz,
-a pesar de las ausencias-
a tus ventanas que saludaban la mañana
con sus cortinas hirviendo de flores.
He vuelto a recorrer las veredas de mi infancia
que me embarró la cara de tantas sonrisas,
y la encuentro intacta, tal como la dejé,
entre la luz loca de tu fragancia
que se parecía, tanto, a los jocotes en miel,
al atol de piñuela, al chocolate vaporoso
con que calentaba mis manos en diciembre,
a la quezadilla que descifraba los problemas de geometría,
al olor místico del incienso ocioso
de la procesión del silencio... ssshhh...
al olor sinuoso de los elotes asados
por mujeres descalzas con niños barrigones,
a los nances fermentados con fantasmas
que, una tarde de noviembre,
me hicieron ver el espíritu de la poesía
en medio del sonido perfecto
de las matracas que salían a pasear,
todas las semanas santas, sus lamentos centenarios.
He vuelto, a pesar de tanta sangre derramada.
He vuelto porque extraño mi juguete preferido
y extraño los zompopos de mayo
que se fueron para siempre
y extraño sentarme a platicar con mi abuela
y extraño la huella y las hojas...
y porque necesito que me repita
las historias fantásticas
con que alumbraba la casa en penumbras
para colgarlas de mis ramas más tiernas
y de la sonrisa que le copié a mi madre.
He vuelto, después de tantos otoños,
y no sé si han pasado 42 años
o 15 días ó 161 minutos,
porque la nostalgia es la misma.
He vuelto... para recoger la brasa
que dejé encendida,
para abrir la botella a la deriva
donde dejé guardado mi corazón,
y encontrarlo, intacto, sentado,
esperándome con una taza de café y un beso prolongado.

He vuelto a mi casa de niño,
a sus parques atiborrados de nidos
que me enseñaron a amar en silencio
a pesar de la distancia, a pesar del tiempo,
a la casa que me enseñó a inventar las ilusiones,
que alguna vez escondería en las hojas que el otoño deja
o en una caricia disimulada.
Repletas de amigos sus calles empedradas.
Mi casa de niño, tan pequeña,
tan pequeña como una hoja,
que parecía que cabía completa en mi mirada.

He vuelto para reclamar, de nuevo,
el sabor y el olor de la semilla de mango en miel
que me pertenece, desde que ella me dijo que también era mía.
He vuelto... para acallar la voz del muñeco de ventrílocuo
que recita discursos en la hiel,
... para arar la vida con pupitres
... para contagiarme de amor y rebeldía
... para encender sus manos apagadas
... para barrer la soledad que deja el día
en las espaldas por la ignorancia torturadas
... para bordarte de nuevo la utopía
que el consumismo bestial ha prostituido
... para remendar la bandera
que los lacayos convirtieron en ramera.
He vuelto.... para siempre
para acurrucarme en el ombligo
que dejé guardado entre sus huellas.
He vuelto... al lugar del que nunca me fui
porque mi espíritu jamás emprendió el viaje
y porque jamás desempaqué mi equipaje
y porque aunque mis pies son nómadas
mi espíritu siempre ha sido sedentario
porque siempre ha estado prendido del pezón
que siendo real parece imaginario.
He vuelto para recordar que fueron mis zapatos rotos
los que me enseñaron a dar los pasos necesarios
para abrir la noche -remontando el tiempo-
con la luz de un mundo transparente que sólo los niños,
-y nosotros- podemos ver.

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