La prolífica carrera realizadora de Martín Palermo nos ha permitido rescatar del olvido a uno de los grandes goleadores de la historia de Boca, Pancho Varallo. Los cronistas de la época contaban que no era un virtuoso con el balón en los pies y su nivel técnico no era nada brillante, pero la potencia de su disparo le convirtió en uno de los delanteros más temibles del fútbol argentino en los años 30.
Conocido como Cañoncito o El perforador de Boca, Varallo fue un grande en una época que nos regaló grandes talentos como Cherro, otro goleador excelso con el que compartió vestuario en Boca. En ocho temporadas logró 194 tantos, una cifra mítica en el imaginario boquense y que le convierte en una de las referencias indiscutibles en la brillante historia del club. Nacido en 1910 en La Plata, Varallo aún disfruta de los éxitos de Boca y tiene el privilegio de ser el único futbolista que aún está con vida de los que disputó en 1930 el primer Mundial.
Cuenta la leyenda que la potencia del disparo de Varallo provenía de su infancia, cuando se quitaba las zapatillas y pegaba a la pelota descalzo. Le preocupaba romperlas y que su padre le reprendiera por ello. Le pegaba con las dos piernas y en su club de entonces, el 12 de Octubre, le prepararon un balón con una cámara dentro de otra para que fuera más pesada. Por eso, de profesional, la pelota le parecía ligera. Cuando llovía, se ponía pesada y sólo él era capaz de darle con la misma fuerza.
En los comienzos de toda estrella, de todo héroe local, la realidad acostumbra a sobredimensionarse, pero en el caso de Varallo no se ha exagerado lo suficiente, no se le ha reconocido como merece su valor hasta que apareció Palermo para amenazar su récord de goles.
En 1939 una lesión de rodilla le obligó a retirarse. Dos años antes, una entrada de un jugador de San Lorenzo le hizo resentirse de un golpe recibido durante un partido con la selección. No quiso operarse, porque en aquella época una operación solía significar el final de la carrera para un futbolista. Aguantó gracias a los cuidados de Hanai, un masajista japonés que trabajaba para Boca. En 1938 sólo jugó un partido, pero en el 39, sin entrenar, fue el máximo goleador del equipo. Se pasaba prácticamente toda la semana en la cama y se levantaba para jugar. Al final de esa campaña, se operó y tuvo que dejar el fútbol.
Famoso por su gol de la agonía, ese que llegaba en los últimos minutos, cuando todo estaba perdido y le daban el balón a él para que arreglara los problemas, Varallo fue nombrado personalidad ilustre de la Provincia de Buenos Aires.
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