Los gobiernos no aprenden jamás. Las personas sí lo hacen.- Milton Friedman
Como me gustaría que esa expresión del archi-reconocido economista de origen húngaro tuviera aplicación práctica en nuestro país!
El otro día leía en un matutino español que el recientemente electo presidente francés, François Hollande, tiene un acervo de 1,17 millones de euros, mayormente por sus propiedades inmuebles. El día que eso ocurra en El Salvador, que se ejecuten las disposiciones legales que ya existen y mandan rendir informe patrimonial antes de tomar posesión de cargos públicos y sobretodo, que se tenga acceso público a esa información, ese día será el inicio del mismísimo Armagedón.
La tristemente célebre sesión solemne de la Asamblea Legislativa no pasó desapercibida por propios ni extraños. En un ejercicio pleno de autocomplacencia y que traspasó todos las fronteras del dispendio, se pasó de la comedia a la tragedia, de lo civilizado a lo salvaje. Tal parece que para el Primer Órgano del Estado, los límites de lo correcto y del sentido común se encuentran unas veces determinados por una delgada línea, casi imperceptible, otras veces por laxos y amplios criterios que fluctuarán según sea la ocasión y los actores de turno. No es el caviar, las langostas o los camarones engullidos por los voraces comensales en esa fiesta, son las dificultades que estamos pasando el resto de ciudadanos. Se llama empatía, ese elemento del que carece la clase política una vez ha pasado el período de andar buscando el voto. Definitivamente en este terruño no tenemos memoria, no aprendemos de nuestros errores.
Si en un país de primer mundo como Francia se le recrimina a quien se autodenomina el presidente de las clases medias tener un patrimonio muy superior a lo normal, así como el traslado desde Tulle, al centro del país, hasta la Plaza de la Bastilla en un vuelo de 50 mil euros para celebrar su victoria en los comicios, ¿qué se puede esperar del escrutinio público en el varón de Centroamérica acerca de los excesos del congreso? Lastimosamente solo las líneas que alguno que otro desquiciado se aventure a enarbolar a manera de llamado a la reflexión y al que solo uno que otro casual peatón preste atención hasta el próximo acto circense que levante polvo en la carpa local.
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