15 de mayo de 2012

Elenilson



Ele para sus cheros, no había estudiado mucho. Sacó cuarto grado y se enlistó en el ejército, en el tiempo de la guerra. La verdad es que lo reclutaron a la fuerza pero el decía que se presentó voluntariamente. Nunca perdía el maje ese.

De bicho había sido bien vago. Cuando venía de licencia le gustaba ir a Los Chorros de la Calera. Ya en las pozas, se quedaba pasado el mediodía y si había gente empezaba a contar sus historias. Lo que le gustaba era que lo estuvieran oyendo. Decía que cuando oía en la tele el inicio de esa serie de Misión Vieknán, se acordaba como se bajaba él del elicóctero y hacían operativos. Contaba que lo más duro era cuando las minas jodían a los del batallón.

Este Ele, hijo de la Nía Lucy, la señora que todas las tardes ponía el comal en el ranchito de abajo del Madrecacao. Ahí vendía pastelitos, tamales, pupusas y atoles, de maíz tostado, de piñuela, de elote, de lo que hubiera! Como hijo único siempre le dio sustos a la nana. Hace poco le dio el más reciente. Ese si fue sin querer queriendo.

Pero es que solo de burro trabaja! Grandísimo pendejo, si ya había leído en el diario que ahí asaltaban y hasta a don Lencho le había hueviado la camionetona, en la que repartía los panes mataniño que vendía. Cuantas veces pasó por esa esquina sin saber que ahí sería donde, por quitarle el celular, le tocó ir a rendir cuentas antes de tiempo. Pobrecito el Ele, ahora va regar con San Pedro cada vez que llueva.

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