16 de abril de 2012

Se le acabó el tiempo


Había escuchado en alguna parte que el sufrimiento es opcional. ¿Por qué habría que pasar por situaciones extremas y llegar al punto de sufrir para replantearse la vida? Simplemente se cansó. Comprobó que ya no le daban los brazos. Estaba harto ya de esa absurda manía de cargar el mundo sobre sus hombros.

Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber, rezaba otro adagio. Y así como los enfermos terminales, cuando se resignan a dejar este mundo, cuando verdaderamente el dolor es intolerable y ya no se soporta, así decidió lanzarse al vacío.

Le escucharon diciendo:

Hace una semana me sentía fuerte, pero he caído en la cuenta que no importa lo que haga, esta lucha está perdida. Admiro a quienes no le temen a la muerte. Yo debo confesar que me aterra. No porque haya sido una mala persona. Sino porque no sé que hay después de esta vida. La otra semana termino con esta angustia.

Y pasó esa semana y nada. Y el ayer pasó y tampoco pasó nada...

Pensó que iba a tener tiempo de despedirse de todo y de todos. Pero no fue así, se le escurrió el tiempo como agua entre las manos. Craso error. Así es cuando se cae en ese vicio. Enterrando la cabeza ante los problemas, como el avestruz. Nunca debió probar lo que sabía de antemano que no podría costearse por el resto de su vida.

Buscó regresar al mundo de tinieblas del que había salido, para ya no regresar jamás. Dicen que no lo logró, fue un cobarde que no tuvo el valor de hacerlo. Ahora deambula por las calles como un loco, hablando solo. En el pecado lleva la penitencia.

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