Solía quedarse ensimismado en sus pensamientos, por lo general en las tardes. Se sentía absolutamente abducido por sus recuerdos al ver el sol que ya había caído y que teñía de rojo los celajes, el viento lo llevaba de vuelta a aquellos noviembres de sus reminiscencias.
La realidad circundante lo había llevado por caminos que no esperaba encontrar, variopintos vericuetos que lo tenían en posición desventajosa pero de los que no se arrepentía. Al mismo tiempo, estaba harto de esa inconstante montaña rusa de sensaciones atípicas, algo habitual en él, la contradicción andando.
No había quien le quitara de la cabeza que debía volver por sus fueros lo antes posible, sin ostentaciones, pero con practicidad, el resto era condimento que ayudaba a la indigestión. La fatalidad, traicionera, se cruzó en su camino, y no se cansaba de repetirse:
No sé que pasó, si eras mi principio y mi final....
Hoy, la realidad es distante como nadie hubiese imaginado. Buscó imitar a los cultores de la paciencia oriental a ultranza, buscando revertir todo lo negativo que venía arrastrando para convertirlo en algo que valiera la pena. El trueque rindió sus frutos. Cayó en la cuenta que estaba errado, así, de improviso, como el peso irreversible de una guillotina. El eterno optimista dejaría de buscar explicaciones... y esbozó una sonrisa.
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