24 de julio de 2013

Crónica de una cirugía dental




Temprano ahora, a eso de las 6 AM que me desperté, me sentía como en la historia de Hércules y sus famosas 12 tareas. Ante mí tenía el reto que equivaldría a ir a buscar a Cerbero, bajando a los infiernos, capturarlo y llevarlo a Euristeo. La más peligrosa de todas sus encomiendas. Estoy exagerando, pero para alguien como yo, que nunca se ha quebrado un hueso y nunca ha estado en una sala de operaciones, se siente feo emplear la palabra cirugía.

Hace un tiempo mientras comía palomitas de maíz de las que tanto le gustan al mayor de mis hijos, me quebré una muela. Me la partí en dos y poco después mientras me cepillaba me quedó el remanente en la mano. Hice uso del ISSS, fui a la sección de Odontología y después de hacerme una radiografía me dijeron que me tronaba acudir al departamento de Cirugía Maxilo-Facial. Luego de mil  y una peripecias (incluída la de ir un mes antes como paciente "a condición" y que me mandaran de regreso a la casa) llegó el día, bien dicen, "no hay fecha que no se llegue, ni plazo que no se cumpla". Pese a que cuando se trata de procedimientos médicos adopto una actitud valeverguista, acaso para que mi subconsciente no se eche para atrás; estaba demasiado nervioso, entré luego que me llamaran. Los tres dentistas estaban relajados y les advertí que era hipertenso, que no me había tomado los medicamentos por si estaba contraindicado y luego de tomarme la presión procedieron. Yo hablaba como loro mientras me hacía efecto la anestesia local y cuando ya me sentía como que una abeja me había picado y con la trompeta toda hinchada, sabía que no había escapatoria, me taparon la cara y se hizo lo que se tuvo que hacer. Curiosamente no me dolió, me sorprendí que el doctor jalaba y hacía fuerza pero yo solo notaba su esfuerzo, no sentía nada. Me dijeron que mordiera una gasa, me enseñaron aquellas ENORMES raíces (de los nervios se me olvidó tomarles foto), me dieron mis indicaciones y mi incapacidad y me fui. Mientras esperaba en la farmacia no salía de mi asombro, ¡no me había dolido!. 

La moraleja es breve y simple, cuídense los dientes. A nadie le gusta ir al dentista pero prevenir, es mil veces mejor que lamentar.

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